Por qué muchas mujeres no pueden dejar a su agresor: una mirada desde la mente y el alma
- Mari Pleités
- hace 10 horas
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Por Mari Pleités

Tenía ocho años, la edad que hoy tiene mi hija, cuando escuché los gritos de una mujer en la calle. Al asomarme a la ventana, vi a un hombre arrastrándola mientras ella sangraba. Impactada, busqué una explicación en mis padres, pero solo me dijeron: “Es su esposa, eso es normal aquí”. Tiempo después, vi otra escena parecida. Una mujer salía corriendo de su casa casi todos los fines de semana, perseguida por su marido con un machete. Un día le pregunté por qué seguía con él, y me respondió: “Es mi marido, debo
aguantarlo”. Aquellas imágenes se quedaron grabadas en mí. No podía comprender cómo el amor podía confundirse con el dolor. Esa confusión sembró en mí la necesidad de entender el alma humana, y años más tarde me llevó a estudiar psicología.
Desde entonces comprendí que muchas mujeres permanecen en relaciones abusivas no porque quieran sufrir, sino porque el dolor se les ha vuelto parte de una estructura emocional profundamente arraigada. La ciencia lo confirma: el abuso modifica la mente, el cuerpo y la percepción de sí mismas. Comprender estos mecanismos es clave para sanar, acompañar y romper el ciclo del silencio.
La psicóloga Lenore Walker (1979) describió el “Ciclo de la violencia” como un patrón que se repite en las relaciones abusivas: acumulación de tensión, explosión o agresión y fase de reconciliación o “luna de miel”. Durante esta última, el agresor promete cambiar y muestra arrepentimiento, generando esperanza en la víctima. Este ciclo refuerza la dependencia emocional y la dificultad para romper con el agresor.
Desde la neurobiología del trauma, Bessel van der Kolk (2014) demostró que las experiencias prolongadas de violencia alteran el funcionamiento cerebral, especialmente en la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal. Estas áreas controlan el miedo, la memoria y la toma de decisiones. Por eso, muchas mujeres viven en un estado constante de alerta, parálisis o sumisión: su cuerpo reacciona desde el miedo, no desde la razón.
Judith Herman (1992) explicó que el trauma prolongado genera un fenómeno conocido como “vinculación traumática”, en el que la víctima desarrolla un lazo emocional con su agresor, alternando miedo y afecto. Este vínculo puede parecer incomprensible desde fuera, pero desde la psicología se entiende como una respuesta de supervivencia.
Desde la teoría del apego, John Bowlby (1969) y posteriormente Bartholomew y Horowitz (1991) señalaron que los vínculos tempranos con figuras de cuidado moldean la forma en que las personas se relacionan. Quienes crecieron en entornos de violencia o negligencia pueden normalizar el maltrato y repetirlo en la adultez, buscando inconscientemente reparar lo vivido.
A estos factores psicológicos se suman los condicionamientos sociales y culturales. En muchos contextos, las mujeres han sido educadas para aguantar, perdonar o 'mantener el hogar a toda costa'. La dependencia económica, el miedo al juicio social y las creencias religiosas pueden reforzar la idea de que el sacrificio es una forma de amor (López, 2017).
Romper con un agresor no es un acto simple; es un proceso profundo que implica recuperar la seguridad interna, reconstruir la autoestima y sanar el trauma. La terapia basada en trauma, como la EMDR (Shapiro, 2018), ayuda a reprogramar las respuestas del sistema nervioso y a liberar el dolor emocional acumulado.
Cuando una mujer logra salir de una relación violenta y comienza su proceso de sanación, puede experimentar lo que Tedeschi y Calhoun (2004) llaman crecimiento postraumático: una transformación positiva que surge del sufrimiento. De las ruinas del dolor pueden florecer la fortaleza, la sabiduría y el propósito.
Hoy comprendo que aquellas mujeres que vi de niña no eran débiles; eran sobrevivientes de un sistema que les enseñó a callar. Por eso, mi voz —y la de muchas otras— existe para recordar que ninguna mujer merece vivir con miedo, y que sanar también es una forma de resistencia. Hablar de esto no solo es un acto de conciencia, sino de amor y justicia.
Por Mari Pleités 🌸
Referencias
Bartholomew, K., & Horowitz, L. M. (1991). Attachment styles among young adults: A test of a four-category model. Journal of Personality and Social Psychology, 61(2), 226–244.
Bowlby, J. (1969). Attachment and loss: Vol. 1. Attachment. Basic Books.
Herman, J. L. (1992). Trauma and recovery. Basic Books.
López, M. (2017). Violencia de género y dependencia emocional: Un análisis psicosocial. Universidad de Salamanca.
Shapiro, F. (2018). Eye movement desensitization and reprocessing (EMDR) therapy. Guilford Press.
Tedeschi, R. G., & Calhoun, L. G. (2004). Posttraumatic growth: Conceptual foundations and empirical evidence. Psychological Inquiry, 15(1), 1–18.
van der Kolk, B. A. (2014). The body keeps the score. Viking.
Walker, L. E. (1979). The battered woman. Harper and Row.
